COMARCA
Altos de Barahona

El clima, la topografía y la ganadería han modelado el viejo paisaje de la altiplanicies calcáreas del sur de Soria. El resultado es una combinación de llanuras y depresiones cultivadas de cereal con parameras tapizadas de matorrales almohadillados adaptados a los intensos vientos y a un alto grado de exposición solar de su llano relieve. Estos altos páramos, que se encuentran por encima de los mil metros, están cubiertos de matorrales espinosos, como las aliagas, y aromáticas almohadilladas, como la ajedrea, la lavanda, la salvia o el tomillo. Entre los espacios libres de matorral se intercala un pasto efímero, muy diverso, nutritivo y apetecible para el ganado, que deja ver el suelo arcilloso y rocoso del páramo por su escasa cobertura. Pequeñas manchas de encinares y quejigares han escapado de las ovejas y del arado, refugiados en barrancos, laderas abruptas y otras áreas resguardadas. Los encinares se reparten en las vertientes meridionales con suelos más rocosos y secos, mientras los quejigares ocupan los suelos más frescos y profundos en relieves llanos de pie de monte. Estas grandes extensiones abiertas de cultivos y matorrales bajos son el hábitat de diversas aves esteparia muy raras y amenazadas en el contexto nacional y europeo como son la alondra de Dupont, el sisón, la ganga ortega o el alcaraván. En los cañones y hoces habitan rapaces como el buitre leonado, alimoche, halcón peregrino, búho real o águila real.

El ganado ovino ha sido uno de los principales modeladores de este paisaje. Indicios de una arraigada cultura ganadera son el predominio de una vegetación arbustiva adaptada al mordisqueo permanente de ovejas, la diversidad de especies vegetales herbáceas diminutas y de ciclo breve que propagan sus semillas por los excrementos del ganado o las diversas construcciones pastoriles. Por todo el recorrido aparecen estructuras levantadas por los pastores para sus rebaños con la piedra calizas del terreno: cerradas, corrales y majadas cubiertas con paja de centeno o teja.

Encontramos pequeños pueblos con casas de piedra, sobre las laderas de algún altozano en las zonas llanas de los altos o en los fondos de los valles, junto a los ríos y arroyos que riegan sus huertas, como Barahona, Alpanseque, Arenillas, Yelo o Romanillos. En algunas ocasiones los valles se convierten en profundos cañones y entre sus cortados se encuentran localidades como Lumías. Estos pequeños pueblos se encuentran hoy prácticamente despoblados, siendo la mayor parte de sus habitantes de avanzada edad, últimos testigos de una forma de vida que esta desapareciendo con ellos. Especial mención merece el conjunto histórico de Rello, que conserva buena parte de su recinto amurallado medieval, además de su castillo. Del periodo medieval en que estas tierras fueron la frontera entre el Reino de Castilla y el Califato de Córdoba, son también varias atalayas circulares que vigilan los caminos desde puntos prominentes, como son la torre Melero junto a la Riba de Escalote, el Tiñón en Rello, o la de Miño de Medinaceli




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